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Resultado de más de dos décadas de contratiempos y sinsabores, pero también de una firme voluntad y una inmensa capacidad de adaptación y superación, el programa S-80 es fiel reflejo de la propia España, con sus luces y sus sombras. Concebido en un momento de gran auge económico y proyección internacional, pero también de cambios profundos, implicó un riesgo tecnológico desmesurado. Máxime si tenemos en cuenta la profunda crisis que atravesaba el sector de la construcción naval. Dado el contexto, las razones por las que el país se aventuró en el diseño y construcción de un submarino “íntegramente” nacional y mucho más ambicioso que los Scorpène ―de los que ya se había anunciado la compra de cuatro unidades― rompiendo de paso la alianza con Francia, merece un análisis detallado.
Lo mismo que la apuesta por ligar un ―por entonces― revolucionario sistema de propulsión y una plataforma más compleja que ninguna de las concebidas anteriormente en el país.
Todo ello, además, mientras se prescindía de un socio tecnológico externo. Decisiones que han tenido como resultado enormes sobrecostes y retrasos y que solo se entienden completamente si tenemos en cuenta algunas de las características propias del sistema político español, definido por la falta de transparencia, de rendición de cuentas y, en definitiva, de interés por parte una clase política alérgica e ignorante de todo cuanto tiene que ver con la defensa.
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