Eran jóvenes, soñadores, autodestructivos. Pertenecían a una de las pandillas callejeras que durante los 60, como si de una película americana se tratara, convirtieron la periferia de Madrid en un campo de batalla.
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La imagen es demoledora. West Side Story, que se ha estrenado en Madrid en el céntrico cine Paz, se convierte en un éxito taquillero y empieza a proyectarse por el resto de barrios de la ciudad, hasta llegar a la periferia. La película, protagonizada por unos muchachos neoyorquinos guapísimos que bailan, se hostian y juran lealtad a sus bandas, prende como un fósforo sobre un fardo de paja. Estamos en la primavera de 1964. Se oye barullo en el interior del Real Cinema Torre de Madrid. De repente, se abren las puertas. Una marabunta de chavales se derrama sobre las calles. Están felices, excitados. Descontrolados. Sus gritos cruzan el aire como pájaros enloquecidos. Algunos se cogen de los hombros y hacen girar las navajas con la mano. Otros suben a los capós de los coches y mueven las piernas al son de guitarras imaginarias. También los hay que insultan o empujan a los transeúntes. Nadie entiende lo que está pasando. Son como una marea que lo arrasa todo a su paso.
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