Ellas. Las estudiantes de la Residencia de Señoritas
En 1910 se levantó la restricción para que las españolas pudieran ingresar oficialmente en todos los niveles de la educación y se concede por tanto la libertad de acceso a la Educación Superior. Por entonces, en el curso 1909/1910, veintiuna españolas estudiaban en las aulas universitarias y, de hecho, entre 1910 y 1920 su presencia siguió siendo más bien anecdótica, pero la Residencia de Señoritas consiguió implantar a lo largo de la década de los veinte un nuevo modelo de mujer. Esta es su historia.
La Residencia de Señoritas abrió sus puertas en octubre de 1915 con 30 alumnas matriculadas en su primer año. Se instaló en uno de los hotelitos arrendados por la Institución al International Institute for Girls in Spain y situados en la calle de Fortuny de Madrid, que había dejado vacante el traslado de la Residencia de Estudiantes al nuevo complejo en construcción en los Altos del Hipódromo. La progresiva afluencia de nuevas alumnas hizo necesaria su división en grupos y la instalación en varios edificios alquilados por la JAE en el entorno de las calles Fortuny, Rafael Calvo y Miguel Ángel, junto al Paseo de la Castellana de Madrid.
En su último periodo —entre 1933 y 1939— se concentraron todos los grupos dispersos ocupando el pabellón interior construido en un ángulo del jardín de la finca de Fortuny (que desde finales del siglo XX alberga la Fundación José Ortega y Gasset), según diseño de los arquitectos Carlos Arniches Moltó y Martín Domínguez Esteban.
En muchos aspectos siguió el modelo de la Residencia de Estudiantes para varones. Su objetivo principal era el fomento de la educación universitaria para la mujer. Entre sus instalaciones disponía de alojamiento para las estudiantes, laboratorios para realizar prácticas (pues de las escasas mujeres que accedían a la enseñanza superior muchas cursaban estudios de Farmacia) y biblioteca, donde se comenzaron a impartir las primeras clases de biblioteconomía.
Dentro de la Residencia de Señoritas existían dos perfiles muy claros de mujeres como describe la dramaturga Blanca Baltés en su obra «Beatriz Galindo en Estocolmo». Por un lado las denominadas «maridas», esposas de importantes miembros de la alta sociedad española que financiaban con sus cuotas la Residencia. Estas mujeres no comulgaban con las nuevas tendencias artísticas que el resto de mujeres querían profesar como sus homólogos masculinos de la Residencia de Estudiantes. No les gustaba la vida intelectual libre y sin prejuicios que las «Sinsombrero» desarrollaban en sus reuniones de té y sus romances con los de su generación. No deseaban incorporarse a una nueva vida donde la mujer se expresaba artística y personalmente con plena libertad y de acuerdo con las corrientes artísticas de la época.
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